Esta pregunta me la he planteado muchas veces a lo largo de mi vida profesional.
Recuerdo una vez en la que un cliente, al que le tengo un especial aprecio, me llamó para realizarle la eutanasia a su perro. Éste tenía un cuadro clínico extremadamente complicado, presentaba un cáncer de hueso muy severo. Llegué a la casa y observé a los dueños apenados, estaban decididos a dar este último paso debido a la situación, así que accedimos a la zona donde nos esperaba el animal. Cuando lo observé sentí que de alguna manera él aceptaba su situación clínica, pero que aún no estaba preparado para dar ese paso. Esa fue mi sensación, apenas llevaba unos meses trabajando y la verdad es que si se valoraba la situación con un sentido normal, la opción de la eutanasia era la más acertada. Así pues, me dispuse a ello con todo mi cariño. Cuando ya estaba todo a punto, inicié el proceso con una dosis generosa. Lo que sucedió me dejó frío. El animal luchaba contra el eutanásico, por lo que le costaba dormirse. Debido a esto, administré otra inyección, la dosis era ya el doble de lo normal. Con esta, el animal se quedó dormido como si de una anestesia se tratara, pero no dejaba de respirar. Yo permanecía incrédulo, descolocado emocionalmente, no era capaz de asimilar la situación. Entonces pensé en administrar más producto, el problema era que no lo llevaba conmigo. Recuerdo que llamé por teléfono por si algún compañero me lo podía acercar, pero nadie estaba por aquella zona. Así que, resignado, volví al lugar donde se encontraba el animal. Allí, los dueños, que estaban intranquilos como yo, intentaban ayudarme en el proceso porque veían lo mal que lo estaba pasando. Ante esta situación lo que hice fue sentarme al lado de la cabeza del perro y observar su respiración (se encontraba dormido). No tenía más eutanásico, por lo que decidí serenarme y esperar a su lado para ver como evolucionaba. En ese tiempo lo único que me quedaba, tal y como se dice coloquialmente, era rezar. Mientras acariciaba su cara le hablé mentalmente, le pedí perdón por todo lo que estaba pasando y le dije que era libre para marcharse, que sus dueños lo querían y que habían decidido esto porque lo veían sufrir. La verdad es que, después de esto, dejó de respirar.
Desde este día siempre hablo a los animales en el momento de la llegada de su muerte. Con el tiempo me he dado cuenta de que ellos a veces tienen miedo a ese proceso y que no están preparados. Por este motivo, acompañarlos transmitiéndoles tranquilidad y seguridad es muy importante.
Hubo otro animal que también me dio una lección que nunca voy a olvidar. Ocurrió un sábado, hace cuatro años. A primera hora de la mañana, ingresó de urgencia un perro cruce de sabueso y grifón en estado de shock, con dolor y convulsiones extremadamente fuertes. Los anticonvulsionantes habituales no le hacían nada. La situación era tan complicada que decidí inducir un plano anestésico profundo como último recurso para controlar las convulsiones. A lo largo de la mañana, en cuanto al animal se le suavizaba el efecto del anestésico, volvía a convulsionar. Por los datos clínicos todo pintaba muy mal, así que el dueño me dijo «Javier, haz lo que consideres oportuno, lo dejo en tus manos».
El plan consistió en ir viendo cómo evolucionaba a lo largo de la jornada. Eran las seis de la tarde y la situación continuaba sin mejorar. Es más, empeoraba, se necesitaban mayores dosis de medicación para mantener las convulsiones y triples dosis de fuertes analgésicos. Conmigo estaba mi gran amigo Jaime, también veterinario, que había venido a hacerme una visita de las suyas. Ante esta situación, la eutanasia parecía lo indicado. Como había tenido otras experiencias anteriores y ya había desarrollado por esa fecha un buen método de testaje, decido realizar un test radiestésico al animal. El resultado era que quería la toma de dos homeopáticos y ni hablar de la eutanasia. Decidimos confiar en lo testado y así lo hicimos. A las dos horas no nos lo podíamos creer, el perro estaba despierto, sentado y no convulsionaba. Recuerdo perfectamente su mirada fija puesta sobre nosotros.Yo, incrédulo escuché a mi amigo Jaime decir «Ahora sí creo en estas cosas». Al día siguiente, el perro caminaba y el dueño no se explicaba cómo podía hacerlo. Este animal vive a día de hoy.
He hablado de dos casos en los que la eutanasia parecía la solución ideal y después se vio que no era así. Existe también la situación en la que un dueño no deja que su animal se vaya. Esto lo he vivido muchas veces, el apego de la persona y el miedo a la muerte hacen que este proceso sea más difícil. Durante el mismo, he visto cómo algunos animales simplemente están esperando a que su dueño esté preparado. Normalmente, cuando la persona acepta la situación, el desenlace es armonioso. Si, digo armonioso. Ver y sentir cómo dejan este mundo es una lección que nos regalan con todo su amor.
Estas palabras están basadas en la experiencia de una persona llamada Silvia, hacia la cual siento una gran admiración. Silvia tenía dos perritas (kopy y Badú), durante estos tres últimos años he visto cómo cada día aprende de la convivencia con sus animales. Recuerdo como fue el proceso cuando se murió Kopy (Badú, a día de hoy, vive). Días antes, Silvia estaba nerviosa porque intuía que su compañera llegaba a su fin. Preocupada por su animal, me llamó y comentó la situación. Yo, que conocía bien el caso, decidí hacer un testaje y darle la información que había sentido. Le di un tratamiento muy emocional con esencias florales y homeopatía para preparar a la perrita, ya que por mi experiencia, los animales tratados con estas terapias naturales afrontan de una manera muy equilibrada el proceso de la muerte. Hablé con Silvia y le dije que teníamos que estar tranquilos y esperar a que kopy marcara sus pasos.
En estos casos siempre recomiendo que nosotros, las personas, hablemos con nuestro animal para darle las gracias por su compañía y por todo lo vivido; después, que le pidamos perdón por si alguna vez no hemos hecho las cosas bien; y por último, lo liberemos de nuestro lado diciéndole que es libre para marcharse. Creo que estas tres cosas son muy importantes en este proceso de despedida. Silvia hizo todo esto, pero su intranquilidad con la muerte en general hacía que estuviese un poco asustada. Dos o tres días después, me llamó para decirme que su perrita se acababa de morir en casa, que lo había hecho de una manera tranquila y hermosa, sin sufrimiento. Simplemente se había ido con mucha serenidad. Sentí una emoción inmensa por la lección que Kopy nos acababa de dar. Recuerdo muy bien que Silvia me dijo «Javi, mi concepto sobre la muerte ha cambiado».
Muchas veces los seres humanos tenemos la oportunidad de aprendizaje personal de ver morir a nuestras mascotas. Si, suena duro, pero si lo reflexionas verás que nos enseñan tanto acerca de este proceso que nos ayudan a asimilar la muerte como un paso más de la vida. Este fue el caso de Silvia y otras personas con las que compartí momentos similares.
Para finalizar, me gustaría resumir la respuesta a la pregunta planteada en el título de este post. La eutanasia puede ser necesaria en determinadas ocasiones, ya que evita sufrimientos innecesarios. En ocasiones, el propietario retrasa esta decisión porque no quiere separarse de su animal y porque tiene un concepto de la muerte equivocado, en el que el miedo está muy presente. En estos casos suele haber síntomas de que el animal no quiere seguir aquí, por ejemplo no come, rechaza las medicaciones, está triste, pasivo, no mueve la cola, etc. Otras veces nos precipitamos en esa decisión porque pensamos que por tener una enfermedad incurable o que al animal apenas le quedan quince días, no merece la pena seguir. Para nosotros son quince días, pero para tu animal pueden ser muy importantes ya que, durante estos, es cuando él se prepara, se despide y nos puede dar su última lección. Como sé que en esos momentos es difícil saber tomar la decisión acertada, yo siempre digo que confiéis en vuestra sensación más interna, no os dejéis influir por la mente o por lo que otras personas ajenas digan. Y recordad que, sea cual sea la decisión que toméis, existen tres acciones que considero fundamentales:
–Dar las gracias a vuestro animal por haber compartido su vida con vosotros y por todo lo aprendido a su lado.
–Pedirle perdón por si nos hemos equivocado alguna vez con él, incluso si a lo mejor en ese momento nos equivocamos con nuestra última decisión.
–Por último, recordadle su libertad para marcharse y así ofrecerle nuestro verdadero amor.
Estas tres acciones, que considero fundamentales, han hecho que la tranquilidad esté conmigo siempre ante una situación donde la muerte está presente. Sé que a muchos de mis clientes también les ha ayudado y he podido ver cómo el proceso de la muerte (bien sea asistido o no) ha sido liberador. Recuerda que cuando llegue el momento en que tu animal esté cercano a su último paso, será una excelente oportunidad para ofrecerle todo tu verdadero amor y crecer como persona.
Javier Rocha ( veterinario especializado en medicina natural y Coach Transpersonal)
descubreveterinarianatural.com
Para mas información: veterinarianatural@javierrocha.org
10 agosto, 2014 en 2:05 am
Es muy hermoso lo que escribiste, acabo de regresar del veterinario en donde le practicaron la eutanasia hoy y la verdad es que me siento muy mal por la decisión, fue muy difícil tomarla, pero ahora no estoy segura que haya sido lo mejor y no le hablé antes de morir 😦
10 agosto, 2014 en 1:03 pm
Angela, entiendo como te sientes. Aunque el proceso halla pasado,puedes hablar con tu animal porque su energía sigue contigo. No hace falta que lo verbalices simplemente piénsalo siéntelo y ya está. Un abrazo.
28 marzo, 2015 en 10:04 pm
Reblogueó esto en En el punto de fugay comentado:
Hermosa reflexión sobre los últimos momentos con quienes, de lejos, serán nuestros mejores amigos…
3 abril, 2015 en 8:04 am
Que bonito javi, espero que nuestros amigos nos acompañen muchos años, lo leí dos veces porque me parece precioso, gracias por compartir tus experiencias con los amantes de los animales, que por suerte somos muchos, un beso muy fuerte
3 abril, 2015 en 9:58 am
Muchas Gracias Sonia por tus palabras, un abrazo.
12 abril, 2015 en 3:49 pm
Me encanta lo que (d)escribes… Tienes toda la razón en lo que dices en seguir nuestra intuición, que nos ayuda – aunque no practiquemos comunicación animal – tomar la decisión correcta. La evidencia clínica es una cosa y las ganas de vivir del perro, gato u otro ser una muy diferente. Ojalá todos los veterinarios miraran más allá y atendieran también las necesidades emocionales de sus pacientes y sus humanos. Gracias! Un saludo
17 abril, 2015 en 1:50 am
Hola Javier,
Quiero agradecerte este artículo de corazón. Leerlo me ayudó mucho a enfocar el final de mi gatita Shatzy de la forma más serena para las dos.
Mi gatita de 16 años padecía una Insuficiencia Renal crónica en grado 4 y en los últimos 4 meses lo estuvimos intentando todo para mejorar su calidad de vida pero el pasado martes, 15 de Abril, tuvo una convulsión ,de la que se recuperó en cinco minutos. La llevamos de urgencias a su veterinaria y en la analítica , la urea salió tan aumentada que ya no se podía ni medir. Nos ofrecieron la opción de ingresarla pero nos dijeron que en pocos días podría volver a recaer. Decidimos que era el momento de que dejara de sufrir.
Yo me quedé con ella hasta que se durmió. La tenía abrazada, la acariciaba y, siguiendo tus consejos, le di las gracias por 16 años maravillosos, me disculpé por todas las cosas que pudiéramos hacer contra su voluntad o que ella no entendía y le dije que era libre para seguir su camino hacia la luz y hacia una nueva vida. Que diera mi cariño a todos los que la precedieron.
Ella me miraba con sus ojos grandes y profundos transmitiéndome una gran paz una expresión de cariño infinito. Sus ojos hablaban sin palabras
Ahora ella tiene paz y yo también. Se que ha llegado a su destino y que volveremos a encontrarnos.
Fue fundamental para mi, saber que decirle y como hacerlo. Me dio fuerza y serenidad para afrontar un momento tan difícil.
MUCHÍSIMAS GRACIAS
23 abril, 2015 en 1:29 am
Es una reflexion llena de sentimientos y emociones pq describes lo que sentimos en esos momentos, yo estoy pasando una etapa nada agradable porque tengo a mi gato muy enfermo y no pierdo la esperanza pero cuando lo veo sufrir se me parte el alma
28 octubre, 2015 en 12:10 pm
Hoy me llegó la posibilidad de leer esto. Lagrimas inevitables. Estoy muy sensible últimamente. En marzo de 2013 se marcho mi gata con 19 años, ya me había avisado un par de veces que llegaba su hora. Intuición? No sé, la protegí en una habitación tranquila, me sentaba a su lado y si, le hablaba, consciente de que tenía que irse y de que yo estaba preparada para despedirla. Si reflexiono lo que aprendí de ella fué eso, todos nos iremos algún día, es algo natural. Trabajar el desapego no es no amar a alguien. Uf! precioso artículo. No conocía tu blog, no lo perderé de vista.
26 marzo, 2017 en 11:59 am
Muchas gracias Javier. Me alegro enormemente de que un veterinario tenga esta filosofía. Desde hace más de 40 años que convivo con perros y gatos. Siempre les acompañé en su hora final. Recuerdo a Kikito, a quien le pasó lo mismo que detallas en tu artículo. No le hacía efecto. Mi veterinario de aquel entonces solo hizo que ponerle más y más dosis y al final, lo matamos. Me quedó un regusto amargo. Años más tarde, aprendiendo sobre comunicación interespecies, comprendí que mi precioso Kikito no estaba preparado para abandonar la vida. Pero también sé que no me guarda rencor. En realidad somos todos seres espirituales viviendo experiencias humanas (o animales). El amor y la compasión es lo que nos cura.
1 abril, 2017 en 10:26 am
Muchísimas gracias por tu comentario, tu gratitud y contarnos tu experincia. Efectivamente ellos suelen estar más preparados que nosotros y gracias a ellos podemos entender ese momentomtannimportante en la vida.
Abrazo